martes, 16 de noviembre de 2010

Un costoso seguro de vida

El temor a la muerte se asocia al desconocimiento científico sobre qué es el pensamiento para permitir la creación de una creencia con la que es posible suponer que, si bien existe la muerte, esta no es ni total ni definitiva.

No es total porque esa falta de conocimiento nos permite suponer que tenemos una parte no material (alma, espíritu) que no muere.

No es definitiva porque esa parte inmaterial continúa una existencia con otras características diferentes a las que conocemos mientras estamos «atados» a un cuerpo.

Un seguro de vida es algo que pagamos periódicamente para que cuando nos llegue la muerte, alguien reciba una cierta cantidad de dinero.

Por lo tanto existe en nuestra mente la posibilidad de pensar que pagando una cierta cantidad de dinero, obtenemos una prolongación de los actos de nuestra vida: alguien disfrutará gracias a nuestra contribución económica.

Ahora junto las dos ideas y concluyo que algunas personas pueden pensar que si durante la vida material «pagan» una cierta suma (a veces tan alta que los empobrece), estarán «ganándose» una confortable vida eterna.

¿Cómo «pagan»? El pago se realiza cumpliendo con las exigencias de quien determinará esa «confortable vida eterna»: Dios. En general ese pago consiste en rendirle homenaje, amarlo más a Él que a sí mismo, respetarlo, sacrificarse, entregar lo mejor de sí para homenajearlo, «ahorrar» placeres terrenales.

Si las personas que piensan así cambiaran su parecer y aceptaran que la muerte es total y definitiva, dejarían de «pagar» ese «seguro de vida espiritual eterna y confortable», con lo cual tendrían una vida terrenal más confortable y, sobre todo, contribuyendo al bienestar de los demás, porque no olvidemos que el único inconveniente de la pobres patológicos es el perjuicio que le provocan a la sociedad (por lo que no contribuyen y/o por lo que tenemos que donarles).

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La comida es amor

En el artículo titulado Alcancía ultra-light comento que la antigua tradición de inculcar el ahorro a los niños estimulándolos a guardar monedas en una alcancía con forma de chanchito, puede haber caido en desuso porque la moda indica que la obesidad (en este caso, del chanchito) es considerada antiestética y perjudicial para la salud.

Algunos autores piensan que aquella tradición tuvo un origen que también puede ser interesante recordar.

La creencia en dioses responsables de todo lo bueno y lo malo que nos sucede existió en todas las épocas y culturas.

En casi todos los pueblos se ha tratado de recibir su ayuda mediante el sacrificio. En principio ofrendándole la vida de alguien de la comunidad y más recientemente, el sacrificio de algún animal.

Esos autores opinan que la costumbre evoca la tradición de engordar un cerdo para sacrificarlo en honor a los dioses y luego comerlo para estrechar los vínculos entre los participantes del rito.

El estrechamiento de los vínculos mejoraba: a) el clima laboral; b) la productividad y c) la cantidad de recursos (aunque en realidad se consideraba la ayuda del dios).

Conclusión

Nuestra mente parece asociar las siguientes ideas:

1) Para satisfacer las necesidades hace falta un sacrificio. Esto nos permite explicar por qué muchas personas piensan que el trabajo debe ser un sacrificio y lo padezcan como tal.

2) Aún cuando nos ganemos el sustento mediante nuestro esfuerzo, es probable que le terminemos agradeciendo el salario a algún ente abstracto (Dios, suerte, destino). Si fuera así, nuestros ingresos no dependerían de nuestro esfuerzo sino de la simpatía que sienta ese dios por nosotros. Más aún: Es mejor ser simpático y no eficiente.

3) Pese al individualismo característico de sistema capitalista, seguimos disfrutando de compartir nuestro alimento. Entre quienes se practica esta costumbre social se perfeccionan los vínculos que las unen y si comparten alguna tarea es casi seguro que mejoren la productividad.

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Dios proveerá

Si usted sigue la publicación diaria que hago sobre la pobreza patológica, ya estará familiarizado/a con la idea según la cual «algunas personas se ven perjudicadas por la doctrina cristiana» (aquellas que exageran el desprecio a los aspectos materiales de nuestra existencia).

Menos veces he mencionado que es normal nuestra tendencia a realizar el menor esfuerzo posible por lo que no me parece condenable la búsqueda de estrategias facilitadoras de nuestra supervivencia.

Insisto en que resulta fundamental que para poder ganarnos la vida sepamos de nosotros mismos como única forma de conocer a los demás. Es ofreciendo nuestro trabajo a quienes lo necesitan que logramos lo necesario para sustentarnos económicamente.

Dicho de otra forma: para saber qué ofrecer tenemos que saber qué necesidades tienen los demás y para poder conocer a los demás tenemos que conocernos. Es imposible conocer al otro sin conocernos.

Y vuelvo al comienzo: Uno de los ejes de la ideología cristiana es la Divina Providencia, según la cual Dios es con los humanos un buen padre de familia, con la salvedad nada menor de que Dios todo lo puede.

Según el psicoanálisis, esta creencia está provocada por la nostalgia que sentimos inconscientemente de nuestra maravillosa vida intrautrina.

Pero la Divina Providencia cuenta con otros dos referentes importantes: nuestros padres cuando se hacen cargo de nuestras necesidades materiales (y ahí si son buenos padres de familia pero en sentido literal) y algunos gobiernos paternalistas, populistas, asistencialistas, proteccionistas, cuando satisfacen con sus políticas a quienes no pueden, no saben o no quieren ganarse el sustento.

Los gobernantes que aplican estas políticas logran ser endiosados por quienes, además de beneficiarse, creen en la Divina Providencia.

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Dios y el azúcar

Para algunos lectores no debería estar llevando adelante esta especie de campaña contra la creencia en Dios y las religiones.

Seguramente tienen razón porque esta creencia constituye para esas personas un valioso aporte a su calidad de vida.

En mi investigación sobre las posibles causas de la pobreza patológica creo haber detectado que la creencia en Dios y la ideología católica en particular pueden ser factores que para ciertas personas son perjudiciales.

Por otro motivo decía en otro artículo (¿Quién ocultó las causas?) que el azúcar es un excelente alimento pero que a los diabéticos les hace daño.

Conozco católicos muy prósperos que hacen una interpretación del credo cristiano (rechazo de la riqueza, confiar en que Dios proveerá) que no los desmotiva sino todo lo contrario (son honestos, generosos y ganan lo suficiente como para demostrarlo con hechos).

A quienes se sientan incómodos con mis señalamientos de que la creencia en Dios y la religión católica son factores que agravan la natural dificultad para ganarse el sustento de algunas personas, va entonces esta precisión: algunas personalidades se ven perjudicadas (así como el azúcar le hace daño a los diabéticos) y otras se ven beneficiadas.

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El dinero cristiano

El trágico final de Jesús de Nazaret es usado para crear un variado tipo de leyendas. Todas a gusto de quien las inventa.

Aunque esas historias disten mucho de ser reales, quienes creen en ellas organizan toda su vida y escala de valores suponiendo que son verdaderas.

Por lo tanto, lo que realmente importa es lo que alguien pueda creer. La veracidad histórica es secundaria.

Una versión bastante difundida cuenta que Jesús era hijo de Dios, quien fecundó a María milagrosamente (y por eso ella no perdió la virginidad).

Este hijo de Dios predicaría ciertas verdades inspiradas directamente por Dios y luego sería sacrificado como forma de pagar los pecados del ser humano.

Es propio de nuestra especie hacer sacrificios como forma de pago. Hay quienes hacen una promesa: «Si salvo el examen de matemáticas, iré caminando a la iglesia que dista diez kilómetros».

Si un ser humano piensa que existe un Dios que sacrifica a su hijo (Jesús) para salvarlo a él (al ser humano creador de la leyenda), es porque se siente muy amado por el Dios que imagina y además porque tiene un criterio de pago mediante la inmolación, la muerte, el sacrificio.

Les propongo pensar que algunos pobres patológicos podrían serlo porque piensan que Jesús es una forma de dinero que se utilizó para pagar por su salvación (la del pobre patológico que así piensa). Por lo tanto, no puede aceptar el dinero-Jesús y mucho menos usarlo para pagar algo que necesita. Semejante cosa sólo podría hacerla Dios. Emularlo sería una falta de respeto merecedora del peor castigo divino.

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«Dame ahora que algún día te premiaré»

Varias veces he mencionado el hecho de que los que fuimos colonias españolas, recibimos también la influencia de la Iglesia Católica.

Es probable que una mayoría de hispanoparlantes tenga la sensación de que es bueno ser pobre y virtuoso para que después de la muerte, un imaginario tribunal (o el propio Dios) nos beneficie con una vida eterna en un lugar paradisíaco y en condiciones ideales.

Por su parte el comunismo es una ideología que se expresa a través de diversos partidos políticos. La propuesta consiste en terminar con la existencia de las clases sociales y con la propiedad privada.

La promesa del comunismo es que si la lucha es perseverante, inevitablemente terminará en una meta en la que los trabajadores tomarán el poder absoluto de las naciones.

Para ello los trabajadores deberán tener conciencia de que lo son, deberán entender quién es el enemigo (la burguesía, los ricos, los empresarios) y tendrán que luchar sin tregua para lograr ese objetivo.

La historia del cristianismo cuenta con muchos siglos y la del comunismo con varias décadas, pero me parece ver que en ambos casos la propuesta es «sacrifícate ahora que en el futuro serás premiado».

Salvo que algún día se cumplan esas promesas, hasta ahora tenemos todo el derecho a pensar que bien puede ser una estafa y que muchas personas padecen la pobreza porque alguien (cristiano o comunista) está abusándose de su credulidad, inocencia, ingenuidad, inmadurez.

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Que Dios te lo pague

Según mi propia encuesta entre muchos hispanoparlantes, las predilecciones de la mayoría a la hora de encontrar fórmulas para ganar el sustento se ubican en el siguiente orden:

0º - Recolectar de la naturaleza
1º - Empleo en el estado
2º - Empleo en una empresa privada
3º - Empresa propia sin empleados
4º - Empresa propia con empleados

La explicación que nos surge intuitivamente es que todos buscamos realizar el menor esfuerzo. Suponemos que trabajar para el estado es lo más fácil y así sucesivamente vamos tomando las opciones más complicadas si fallan las más simples.

Esta explicación seguramente es correcta, pero propongo dar un paso más. El psicoanálisis nos permite suponer que a la mayoría les resulta más fácil recibir dinero de una institución sin dueño que de una institución con algún dueño de carne y hueso (con cuerpo).

Quien tiene una empresa unipersonal recibe dinero también de personas de carne y hueso (clientes y pacientes), pero de muchos más que aquellos que trabajan para un solo dueño.

Lo más difícil es hacer lo mismo que el anterior (muchos cuerpos de clientes y pacientes) más el esfuerzo de interactuar con los empleados que nos entregan su trabajo.

Resumo: Lo más fácil es recibir lo necesario de la naturaleza (pero no lo puse en primer lugar porque los recolectores acceden a una calidad de vida aceptable sólo por una minoría) o de un ente abstracto (estado). Obtener dinero directamente de nuestros semejantes es lo menos preferido.

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