jueves, 14 de octubre de 2010

El miedo a lo desconocido

La ignorancia es una condición de gran valor para quienes cuentan con ella. Tiene mala fama pero es imprescindible para que ciertas cosas sucedan.

Por ejemplo, todas las personas que creen en Dios están obligadas a no entender algunas ideas. Por ejemplo, deben desconocer por qué Dios permite que una madre que está amamantando a su niño, se enferme, lo contagie, y sucedan una serie de tragedias incompatibles con la bondad y la omnipotencia de ese Dios.

Los sacerdotes necesitan que esto sea así porque si todos entendieran fácilmente los actos de fe inherentes a la religiosidad, entonces ellos estarían desocupados.

De forma similar es necesario que una mayoría de ciudadanos no entienda qué es el dinero para que los banqueros y ciertos privilegiados con ese conocimiento puedan continuar ejerciendo el control de una mayoría felizmente ignorante.

La comparación con el fenómeno religioso no es casual. Usted y yo tenemos que tener fe en que esos papelitos (billetes) o esos trozos de metal (monedas) tendrán valor de cambio si pretendemos canjearlos por lo necesario (comida, vestimenta, etc.).

El por qué esos pequeños objetos (billetes y monedas) tienen valor de cambio suele ser tan poco entendible como la causa por la que un Dios bueno y poderoso, permite (¡o decide!) que un ser humano sufra un dolor que se parece tanto a una condena injusta porque nada malo hizo para merecerlo.

Los misterios de la religión nos vuelven temerosos de Dios porque no sabemos bien qué hacer para que no nos castigue como a esa pobre madre. Los misterios sobre el dinero nos vuelven temerosos de él, de quienes lo poseen en abundancia, de quienes pueden influir sobre su valor, de quienes pueden falsificarlo y en general, temerosos de un grupo de personas desconocidas.

Este temor que surge de la ignorancia nos vuelve inseguros, débiles, frágiles, es decir: fácilmente gobernables y explotables.

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Gracias a Dios soy ateo

Muchos lectores me han hecho saber sus discrepancias sobre las hipótesis que se basan en las creencias cristianas para explicar algunos tipos de pobreza.

Sus principales argumentos apuntan a que existen muchos pobres que son ateos, otros que no conocen nada sobre la biografía de Cristo y otros que, aún creyendo en la existencia de un Dios, están por fuera de toda religión.

Con la precaución de conservar siempre algo de duda sobre la validez intelectual de lo que pienso, en este caso puede ser interesante compartir con ustedes que, habiendo comenzado el mes de diciembre, ya es notoria la aparición del espíritu navideño.

Gran parte de la población mundial comienza a prepararse para que se produzca un cambio de hábitos durante unos cuantos días.

Es probable que el principal motor de toda esta revolución de nuestra especie sea pura y exclusivamente el sector comercial e industrial que se prepara para aumentar su actividad y sus ganancias.

Esta efervescencia la vivimos todos en mayor o menor medida, recordemos o no que se origina en un fenómeno místico, mágico, milagroso, carismático, religioso.

El brusco cambio de intensidad emotiva, sentimental, económica y digestiva no es un hecho menor en nuestras existencias que son mucho más monótonas y repetitivas el resto del año.

Los invito entonces a pensar que nuestras vidas están estrechamente vinculadas con el cristianismo, independientemente de nuestra posición religiosa.

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La cotización del sudor

Cuando Dios se enojó con Adán y Eva por comer frutos prohibidos, los condenó a ellos y a todos sus descendientes (nosotros) a parir con dolor y a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

Ésta también es una metonimia como otras que he mencionado en este blog: el sudor, siendo que es una parte del proceso laboral, se toma como todo él. Dios también podría haber dicho: ... ¡para comer tendrás que trabajar!

Lo que quiero resaltar es que «el sudor» equivale al trabajo y como suponemos que éste siempre es remunerado (para poder comprar el pan...), entonces también podemos entender que en nuestra psiquis «sudor» equivale a «dinero». (Sudor es una expresión metonímica de dinero).

Las personas y familias que logran ganar más de lo que gastan, ahorran. Sus ahorros suelen depositarlos en un banco confiable, por su seguridad edilicia y por la honestidad de sus dueños.

Cualquier duda sobre la solvencia del banco que cuida nuestros ahorros, eleva fuertemente nuestra preocupación y corremos a retirar nuestro dinero-sudor (corrida bancaria).

Este celo que manifiestan los ahorristas suele ridiculizarse diciendo que «el dinero es cobarde».

El objetivo de este artículo es resaltar el siguiente hecho: Si el dinero representa una parte de nuestro cuerpo (el sudor), entonces aquellas personas que cuidan la conservación de sus ahorros están cuidando la conservación de sus cuerpos y, por el contrario, quienes desprecian su cuerpo por alguna razón filosófica, religiosa o patológica, seguramente serán también desaprensivos con su dinero-sudor.

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El juez al fallar, falló

En un artículo reciente titulado El placer de la inmovilidad menciono que el texto de las leyes nos informan sobre todo lo que la sociedad nos tiene que prohibir pues, hablando pronto y mal: «Somos capaces de hacer casi cualquier cosa».

Ese tema me llevó a otro que puede ser interesante para compartir.

Los integrantes de una sociedad tenemos por lo menos dos maneras de actuar frente a las leyes. Una es como jueces que las interpretan y otras es como policías que las aplican. Como la mayoría de la población no trabaja ni como juez ni como policía, entonces tratamos de ejercer los dos roles sólo que imaginariamente, en nuestra fantasía, jugando con nuestras reflexiones.

En este juego procuramos hacer ambas funciones: interpretar y aplicar (la ley).

Y al comienzo no más aparece un interesante problema. La ley está expresada en palabras que no tienen un significado único. ¿Cómo interpretar entonces?

La ley nos dice «No matarás» y me pregunto ¿en defensa propia tampoco? Ella insiste: «No matarás». Y si me muero de hambre ¿puedo matar un pollo, para asarlo en ...? «No matarás» insiste imperturbable la ley. Pero este tipo de situación no logro tolerarla, ¡me suicidaré!. «No matarás» me contesta la ley.

Y la duda va en aumento. Cuando estamos leyendo esta ley legislada, nada menos que por Dios, es probable que seamos presa de una incontenible indignación cuando vemos que algunos semejantes la transgreden una y otra vez, matando personas, animales, bosques enteros, destruyendo el planeta que Dios nos dio. Esa indignación nos llevará a un punto en el cual encontraremos justificado matar a los asesinos con lo cual...

Pero para no hacer este texto más largo de lo debido, termino diciendo que cuando un juez emite su dictamen se dice que «falla» lo cual significa dos cosas: 1) que emite su sentencia definitiva y 2) que se está equivocando.

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La ciencia trae mala suerte

Los humanos queremos saber cómo funcionamos para poder hacer algo en nuestro favor y evitarnos las sorpresas desagradables.

Nos gustaría saber qué deseamos exactamente para no sentirnos tan abrumados ante nuestros cambios de parecer. Comenzamos el día deseando contraer matrimonio y al promediar la tarde estamos pensando que esa sería una mala idea. Comenzamos una Auto rojo.jpg llenos de entusiasmo y a los dos años nos parece que lo más interesante está en otro lado.

Un gran adelanto logrado por el pensamiento psicoanalítico es entender que no gobernamos nuestra conducta sino que apenas tenemos una co-participación. El centro de poder está en el inconciente de cada uno de nosotros. Es desde ahí de donde salen las órdenes que difícilmente dejamos de cumplir. ¿Por qué tengo estas ganas irrefrenables de volver a fumar después de no probar un cigarrillo en cuatro años? ¿Quién me manda a decirle al vecino que debería hablar con su hija que todos los días llega de madrugada traída por hombres distintos? El inconciente: no hay otro.

Es angustiante sentirnos como una marioneta manejada por un titiritero imprevisible. Como es tan desagradable enterarnos de esta mala noticia, negamos las informaciones que el psicoanálisis tiene para darnos.

Ya antes habíamos tenido otras dos malas noticias bastante hirientes para nuestro amor propio.

Cuando a Copérnico se le ocurrió decir que nuestro planeta no está en el centro del universo, casi lo matan. La humanidad entera se sintió ofendida por la falta de respeto que estaba teniendo este señor mal educado.

Tras cartón a Darwin se le ocurre afirmar que no somos una creatura fabricada por un ser maravilloso (Dios) sino que apenas somos un mono con mejoras.

Y como no hay dos sin tres, aparece Freud para decirnos que somos gobernados por un inconciente, que carecemos de autonomía y otras malas noticias. ¿Quién podría aceptar el psicoanálisis con estos antecedentes?

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Los autos rojos son más veloces

Las personas en general suponemos que adherimos a una cierta ideología, creencia o religión luego de haber hecho las evaluaciones necesarias entre todas las opciones conocidas.

Alguien puede decir que es católico porque ésta es la única religión que reúne todas las condiciones de bondad, amor y respeto a Dios. Otro puede decir que luego de un cuidadoso análisis de las principales opciones (capitalismo, anarquía y socialismo), se convenció de que lo mejor para la humanidad es el socialismo porque contempla las diferentes capacidades de los individuos, evitando la injusticia distributiva.

Todo esto sucede a pesar de que nadie se recuerda a sí mismo buscando información sobre todas las ideologías, reuniendo datos, evaluando, discutiendo, consultando y finalmente decidiendo.

Cada vez que surge la ocasión, vemos a alguien defendiendo con pasión su religión, su cuadro de fútbol, su partido político. Despliega un surtido de fundamentos como si estos hubieran sido los que lo llevaron originariamente a abrazar esta opción.

Sin embargo nada de esto sucede realmente. Elegimos la idea, la religión, el partido político o la postura ideológica que sea porque es la que mejor justifica lo que queremos que suceda pues aquella instancia de estudio, evaluación y selección cuidadosa, nunca existió. En este tipo de elecciones sólo nos guía la búsqueda de placer... y es legítimo que sea así.

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Dios y el capitalismo

A la hora de irse a dormir, todos los agricultores de aquella comarca, rezaban pidiéndole a Dios que tuvieran buenas cosechas. Y Él nunca los defraudaba.

Cerca de allí, pero en una casa parecida a un palacio, ubicada sobre una colina, un rico magnate se arrodilla cada noche para pedirle a Dios que los agricultores de aquella comarca tengan buenas cosechas. Y Él nunca lo defraudaba.

¿Si Dios nunca defraudó a nadie, por qué entonces unos son tan pobres y otro es tan rico?

Porque las grandes cosechas que obtenían los agricultores hacían que la tonelada de granos tuviera precios miserables. El magnate compraba toda la producción, la guardaba un tiempo en sus grandes galpones y luego la vendía a precios exorbitantes.

Todos los domingos, Dios y el párroco contaban con buena concurrencia en la misa.

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