martes, 16 de noviembre de 2010

La comodidad de Madonna

Madonna es hoy en día la cantante mejor cotizada porque no existe ninguna otra cantante que lo sea. Por lo tanto, Madonna en parte debe su éxito a que no apareció ninguna mejor que ella.

Entre usted y yo: es muy probable que la naturaleza sea tan rica y generosa que sería posible vivir despreocupadamente como alguna vez lo aconsejo Jesús de Nazaret. El problema que tenemos es que otros se comportan muy ambiciosamente pero como lo hacen dentro de la ley, no es posible detenerlos.

Entonces usted y yo no podemos tener la comodidad de Madonna porque nosotros sí tenemos gente que busca con mucho empeño los abundantes recursos naturales. Si los ignoráramos, sencillamente nos quedaríamos sin lo necesario para conseguir y conservar una digna calidad de vida.

No descarto que Madonna esté haciendo un gran esfuerzo para mantenerse en esa cumbre exitosa. Si esto fuera así, entonces ni ella ni nosotros podemos descansarnos en que «Dios proveerá».

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Él soy yo y viceversa

Los tests proyectivos son una gran herramienta de la psicología que cada vez se usan más para tomar decisiones importantes en el mundo de los recursos humanos.

La idea es muy sencilla y parte de un axioma que dice: «No se puede sacar de donde no hay».

Si a usted le piden que dibuje un árbol, inevitablemente ese será «su árbol» y tendrá tantas o más cosas suyas que su propio hijo.

La idea de Dios tiene algo de parecido con los tests proyectivos.

Desde mi punto de vista ésta es una figura imaginaria, a la que se le asignan ciertas características y con la que se establece un cierto tipo de vínculo.

Como esa figura imaginaria no tiene respuestas propias, cada uno de los creyentes «le habla» y cree recibir ciertas respuestas que seguramente son propias del mismo creyente.

Si esto fuera así, entonces podemos decir que existe un Dios por persona. Cada uno pone en Él cosas personales, aunque cree que está teniendo una percepción objetiva de Dios, así como quien dibuja un árbol supone que cualquier otra persona podría dibujarlo igual.

En el caso de que usted tenga ganas, puede describir «cómo es Dios»: Seguramente hará un sincero autorretrato.

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¿Ella habla sola?

Hoy aparece publicado un artículo titulado Pobreza: ¡mérito o padecimiento!, donde propongo que para algunas personas es gratificante demostrar y demostrarse que su mente puede gobernar las apetencias corporales (imponiéndose la pobreza) para de esa manera confirmar que son humanas y no animales.

En ese artículo comento que cuando alguien no puede satisfacer las necesidades de calorías mínimas para seguir viviendo, está en un estado de indigencia y que cuando logra satisfacerla pero apenas logra atender sus necesidades de vivienda, educación, salud, e integración social, entonces es pobre.

Ahora llevo estos conceptos de indigencia y pobreza al plano de la afectividad femenina y comparto con ustedes una conclusión primaria que con el tiempo podrá ir perfeccionándose si tiene algo de verdadero o desaparecerá como un intento fallido.

Según mi observación, las mujeres necesitan mínimamente dos cosas: ser escuchadas y ser acariciadas. Si no cuentan con estos dos logros, podrían definirse como «afectivamente indigentes». Si lo logran parcialmente, podrían definirse como «afectivamente pobres».

La calidad de estos insumos (escucha y caricias) también tiene su límite inferior. No les resulta suficiente con ser escuchadas y acariciadas por cualquier persona. La «oreja atenta» y «la mano acariciadora» deben pertenecer a alguien de cierta categoría humana que para la mujer resulte suficiente.

Y finalizo comentando que cuando esta vida de «indigencia o pobreza afectiva» no logra superarse, pueden apelar a soluciones imaginarias, fantasiosas y hasta delirantes, pensando por ejemplo que son escuchadas por Dios, o por algún personaje invisible, o por cualquier desconocido a quien le hablan sin importarle sin son o no escuchadas.

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La neurosis canina

Les contaré de un perro neurótico.

En un laboratorio, gente intelectualmente confiable, le mostró a un perro el dibujo de una elipse (o sea, un círculo aplastado) antes de darle de comer. Así lo hicieron hasta que la sola exhibición de la elipse provocaba en el perro la disposición a comer (aumento de saliva y jugos gástricos).

Luego, comenzaron a «des-aplastar» la elipse para que se fuera pareciendo cada vez más a un círculo. A medida que la elipse iba perdiendo su forma original, el perrito comenzó a ponerse cada vez más inquieto hasta que finalmente se puso totalmente nervioso y se le produjo una gastritis.

La conclusión que podríamos sacar es que, a semejanza de los humanos, la incertidumbre nos causa un estado de ansiedad que no solamente altera nuestro sistema nervioso (generándonos inquietud), sino también alterándonos psicosomáticamente.

Según los datos que tengo, fue a comienzo del siglo veinte cuando la humanidad occidental comenzó a perder fe en la existencia de Dios. Algunos aseguran que fue el alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) quien dijo y fundamentó de forma convincente «Dios ha muerto».

Conclusión: La fe en Dios nos quita de la psiquis gran cantidad de incertidumbres neurotizantes. Aunque la existencia de un ser superior —capaz de solucionarnos y explicarnos todo—, no resista el análisis más superficial, parece verdadero que la sensación de certeza que nos brinda disminuye gran parte de nuestro malestar psíquico.

Volviendo al caso del perro: Si éste hubiera podido negar la evidencia de que el óvalo se convertía en círculo, no habría tenido gastritis. De forma similar, para poder creer en la existencia de Dios es preciso negar unas cuantas evidencias.

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«Estoy ½ ciego»

Desearíamos tener todo claro pero la realidad se empecina en mostrarnos que casi todas las cosas que nos rodean tienen aspectos positivos y negativos.

Algunas personas, hartas de esta falta de claridad con la que se nos expresa la realidad, optan por agregar nitidez artificial a sus percepciones.

¿Cómo lo hacen? Simplemente eliminando los datos conflictivos:

Ejemplo 1: Creer en Dios tiene la ventaja de que me saco de encima el problema de que algún día me voy a morir. Creyendo en la reencarnación «sé» que la muerte que me angustiaba es simplemente un cambio de estado. Elimino el «dato conflictivo» de que no existe ninguna prueba de que la reencarnación exista.

Ejemplo 2: Creer en la omnipotencia de la Medicina (1) tiene la ventaja de que la vulnerabilidad de mi cuerpo está compensada por una especie de «seguro contra todo riesgo». Elimino el «dato conflictivo» de que una simple gripe sólo se cura haciendo reposo el tiempo que sea necesario.

Ejemplo 3: Suponer que los vínculos pueden ser conservados a pura fuerza de voluntad me permite suponer que las personas que quiero y necesito sólo me abandonarán si yo lo permito. Elimino el «dato conflictivo» de que los sentimientos son autónomos y de que los intentos de control no pasan de ser manipulaciones, engaños y artimañas que nada tienen que ver con el amor que pretenden defender.

Conclusión: ¿Cuál es la salida entonces? Probablemente aceptar que nuestro cerebro percibe la realidad con características conflictivas entre sí y fortalecer la tolerancia a la frustración que eso nos provoca.


(1) Esta idea está ampliada en el artículo titulado Estoy casi bien.

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lunes, 15 de noviembre de 2010

Los tres poderes

El sábado 7 de marzo de 2009, publiqué un primer artículo con el tema instinto de poder o apoderamiento, con el título Los instintos ¿están para ser reprimidos?

Como siguen apareciendo nuevos enfoques que merecen ser compartidos con ustedes, hoy les comento que el poder se manifiesta de tres maneras:

1) Muy a menudo imaginamos tener la posibilidad de cancelar definitivamente las molestas necesidades y deseos. Imaginamos un poder ideal, perfecto, total. Creer que alguien lo tiene (Dios) es una forma de disfrutar con esa fantasía y suponer que Dios es nuestro aliado, es aún más placentero.

2) Otra manifestación del poder es aquel que se nos presenta o que presentamos a otros como potencial. Tanto podemos decirle a alguien que si cumple con determinado desempeño utilizaremos nuestro poder para gratificarlo, como que —de lo contrario—, lo utilizaremos para castigarlo.

3) Finalmente está el poder que efectivamente tenemos y aplicamos para obtener lo que necesitamos de los demás. El dinero es un medio propio de nuestra cultura. Con él nos apoderamos de los bienes y los servicios que otros venden y premiamos o castigamos ciertas conductas.

Nota curiosa: la palabra «venal» tanto se refiere a nuestras «venas» como a la condición de ser «vendible o sobornable». Este doble uso me sugiere que entre «dinero» y «aparato circulatorio» imaginamos alguna asociación más sutil que la expresión «dinero circulante».

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Retorno al Paraíso

Imaginemos una persona que recibe permanentemente todo lo que necesita: Alimento, abrigo, protección. Cada vez que siente algún malestar, algo se lo alivia automáticamente.

Para muchos esta situación existirá en un futuro si cumplen en vida con una cierta conducta y quien decida esa existencia feliz es un ser superior que llamaremos Dios.

Según parece esta idea no surge de la nada. Todos hemos pasado por una etapa de gestación en el vientre de nuestra madre donde nos tocó vivir en una especie de Paraíso.

Claro que estas experiencias fueron olvidadas, pero no se puede negar categóricamente que en algún lugar de nuestra mente (en el inconciente, por ejemplo) aún conservemos un vago recuerdo que nos aliente la esperanza de volver a repetirlo.

La idea de retorno está en nuestras cabezas. Para muchos la muerte es como un volver a empezar; es como un ciclo que se cierra para recomenzar, como si la vida, en lugar de ser una línea recta que empieza y termina, fuera un círculo que nunca empieza y nunca termina.

Claro que ninguno de nosotros se reune con los amigos para hablar de estos temas, pero cuando en la vida adulta nos enfrentamos a la necesidad de ganarnos el dinero que nos permita subsistir, probablemente lo encaremos con el desgano de alguien que estuvo en un Paraíso y luego fue condenado (no sabe por qué razón), a vivir en esta economía de mercado, en este mundo capitalista, en una guerra de todos contra todos, que bien podría ser el Infierno.

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