martes, 16 de noviembre de 2010

El (supuesto) poder de la palabra

El cerebro (o el lugar donde esté ubicada nuestra capacidad de percibir la realidad) tiene mezclado lo que recibimos del exterior y lo que elaboramos por nuestra cuenta.

En condiciones de salud normal, podemos discernir en esa mezcla de ideas, sensaciones, percepciones, qué nos vino de afuera y qué produjimos interiormente.

Esas «condiciones de salud normal» pueden verse afectadas cuando estamos preocupados, angustiados, desesperados.

Cuando algo de esto sucede, es posible que usemos las palabras con tres diferentes intenciones:

1) Suplicante (plegaria);

2) Mágica (ensalmo);

3) Psicológica (sugestión).

Las carencias de salud, trabajo y/o amor constituyen situaciones en las cuales es lógico sentirnos preocupados, angustiados, desesperados.

Muchas personas creen disponer permanentemente de favores especiales de las fuerzas naturales o de alguna deidad (Dios, santos, tótem).

Otras comienzan a creer en esos poderes mágicos solamente cuando las circunstancias graves y duraderas debilitan sensiblemente su racionalidad.

Las palabras usadas con intención suplicante son usadas para dialogar humildemente con esas figuras imaginarias. A veces el pedido de ayuda incluye alguna promesa que consistirá en dedicarle a esa deidad algún sacrificio personal.

Las palabras usadas con intención mágica son usadas por terceras personas (brujo, chamán, curandero) porque supuestamente pueden obligar a la naturaleza (o a la deidad) a que resuelva el problema del consultante.

Las palabras usadas con intención psicológica son las que comunmente recibimos de nuestros seres queridos bien intencionados, para alentarnos, infundirnos ánimo o para reforzar nuestra esperanza.

Aunque ninguna de estas prácticas lingüísticas modifique el curso natural de los acontecimientos, es cierto que nuestro cerebro (debilitado por la adversidad) reacciona con una valiosísima sensación de alivio.

Claro que ese alivio no es más que el bloqueo artificial de los síntomas penosos. La situación, problema o circunstancia difícil no desaparecen.


Nota: La imagen corresponde a San Cayetano, considerado por sus fieles protector del trabajo.

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«Einstein era más tonto que yo»

Varias veces he comentado con ustedes que el libre albedrío es una ilusión colectiva.

Mi idea es que tomamos conciencia de nuestros actos segundos después que la naturaleza ordenó a nuestro cuerpo que hiciera algo.

Tomar conciencia significa que un cierto proceso neuronal incluye esa sensación por la que nos enteramos qué haremos (cambiar de trabajo, comer, estornudar).

Desde este punto de vista, las creencias también están determinadas por algún fenómeno físico de nuestro cuerpo que necesita creer en Dios, amar el comunismo o no pasar por debajo de una escalera.

La lectura de este blog modifica el funcionamiento mental sólo en aquellas personas que se producen asociaciones con contenidos mentales que ya tenían.

Es habitual que cuando nos reunimos con nuestros amigos incluyamos como uno de los juegos más divertidos criticar a los ausentes.

Ese entretenimiento posee como elemento placentero el sentirnos superiores.

Es clásica la crítica a personajes públicos que han ganado notoriedad por alguna característica que los destaca (poder político, económico o deportivo, capacidad de liderazgo, protagonismo).

El entretenimiento tiene un efecto secundario que puede ser interesante tener en cuenta.

Si colectivamente nos convencemos de que el presidente es un tonto o un corrupto o un incapaz, saldremos de ese encuentro con la creencia de que somos superiores a una persona que objetivamente posee más talento, capacidad o valentía que nosotros.

Esta satisfacción nos ubica en un lugar que no merecemos, nos sobrevalora, pero sobre todo nos distorsiona la realidad en la que vivíamos antes del juego.

Dicha distorsión no es ni más grave ni menos grave que cualquier otra pérdida de realismo. Lo único que digo es que dicha pérdida existe, pero consolémonos con que no todas pueden ser ganancias y con que sentirse superior es maravilloso.

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Arquitectura mental

Un arquitecto observa el terreno donde hará una construcción y se asegura sobre la resistencia del suelo.

Si no todo el piso es firme, apoyará el peso de la construcción sobre los puntos resistentes que encuentre aunque para hallarlos tenga que cavar muy hondo.

Para persuadir a una o más personas es necesario hacer algo parecido.

Todos tenemos ciertas convicciones, creencias firmes, ideas inamovibles.

Otras ideas serán más inestables, sujetas a ser cambiadas fácilmente, con un alto contenido de incertidumbre.

Ideas fuertes son por ejemplo «soy una buena persona», «mi familia es sagrada», «existe Dios» e ideas débiles son por ejemplo «mi cuñado es un buen tipo», «Gabriel García Márquez es el mejor escritor», «en los políticos no se puede confiar».

En toda población existen mayorías y minorías. Esto significa que la mayor parte tiene características comunes y una minoría tiene características especiales.

Las mayorías suelen compartir las ideas fuertes y las débiles. Son personas que están a la moda, que tienen «sentido común», que por cumplir con una norma estadística, son «normales».

Las minorías suelen ser más imprevisibles. No son cautivos ni de la moda, ni de las ideologías, ni de sus propios antecedentes.

Si pudiéramos suspender transitoriamente nuestra capacidad crítica, diríamos que las mayorías están conformadas por personas esclavas y que las minorías por personas libres.

Es necesario suspender la capacidad crítica para no caer en la simpleza de pensar que ser libre es bueno y ser esclavo es malo o al revés.

Si nos abstenemos de juzgar como bueno y como malo la forma de ser de los demás, podremos actuar como un arquitecto cada vez que hablemos con alguien para construir nuestros argumentos sobre sus ideas firmes y no sobre sus ideas débiles.

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Los reinan sobre los mejores

Somos la especie más vulnerable.

El período de gestación de un ser humano toma años para alcanzar el desarrollo que otros seres vivos alcanzan en horas o días.

Estoy considerando como período de gestación a la suma de las primeras cuarenta semanas que anidamos en el útero más todo el tiempo que nos tomamos después de nacer.

Como nuestro instinto es tan precario, tenemos que aprender casi todo lo que necesitamos saber, cuando otras especies nacen con casi todo sabido.

Uno de nuestros recursos psíquicos compensatorios de esta debilidad (prematuridad) consiste en distorsionar la realidad para «percibir lo que necesitamos percibir» y no la realidad tal cual es.

Si pudiéramos observar a los demás animales, aves e insectos con la suficiente objetividad, nos sentiríamos muy deprimidos, desmoralizados y hasta avergonzados de ser tan incompletos, lentos, retrasados, falibles.

Para que esto no suceda, nuestra psiquis distorsiona los datos que recibe de la realidad.

La modificación que le hace nuestra psiquis a esos datos no es superficial, pequeña, sutil. Es drástica. Tan drástica que convierte lo negativo en positivo, la debilidad en fortaleza, la estupidez en inteligencia.

En esta subversión que hace defensivamente nuestra psiquis para apartarnos de la realidad más insoportable para nuestra autoestima, se incluye la creencia de que somos tan superiores que no dependemos del mundo material.

Somos tan superiores al resto de las especies, que poseemos una parte inmortal (espíritu), que somos los hijos predilectos del gran creador (Dios) o que tenemos derecho a explotarlos (hacerlos trabajar, cazarlos como deporte, destruirles su habitat).

Me hace gracias que algunos ejemplares de nuestra especie van un poco más allá y en lugar de cobrar dinero por su trabajo (para poder comer, vestirse y otras necesidades materiales), cobran honorarios, es decir, algo que representa el honor, la dignidad, la importancia, el prestigio, la superioridad.

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Las creencias de nuestro jefe

Aún en el caso de que usted sea presidente de su país, todos somos tomadores de decisiones. En otras palabras: estamos influidos por personas que disponen de más poder que nosotros.

Este hecho suele ser desconocido por quienes prefieren saltearse este escalafón humano para reportarse imaginariamente a un personaje igualmente imaginario (Dios).

Lo que efectivamente influye en nuestras vidas son las decisiones de esos personajes que (juntos o separados) determinan el precio de nuestros productos, los intereses del dinero que nos prestan y si nuestro territorio será invadido o no.

Como la insatisfacción de los subordinados (la suya y la mía, entre otras) les resulta costosa, han puesto a trabajar a los subordinados expertos en bienestar colectivo para ir monitoreando cuán bien o mal estamos los ciudadanos del mundo radicados en los diferentes países.

Efectivamente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elabora informes anuales tomando en cuenta lo que ellos creen que es importante para usted y para mí.

Ellos (*) piensan que nuestra escala de valores es:

1) Salud y longevidad;

2) Educación;

3) La cantidad de dinero que tenemos para gastar anualmente.

En términos más genérico, la calidad de vida de un país está determinada por la cantidad de opciones que tienen sus habitantes para hacer lo que prefieren.

En otras palabras: un colectivo pasa bien cuando sus integrantes tienen oportunidades de satisfacer su vocación y sus expectativas.

Con esta breve descripción pretendo:

1) comentar con usted lo que opinan nuestros «jefes»;

2) asegurarnos de que este dato sea considerado en nuestra estrategia de vida.

(*) –«Ellos» podrían ser los presidentes de los 8 países más industrializados: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, pero ésta no es más que una suposición.

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Quiero ser banquera

Las monjas no pueden dar misa, ni recibir confesiones, ni consagrar matrimonios.

Quizá no puedan muchas otras cosas porque la iglesia Católica opina que las mujeres «no tienen carácter».

Hasta hace unas pocas décadas los bancos no contrataban empleadas sino sólo empleados.

Los bancos y los templos también tenían similitudes arquitectónicas porque exhibían grandiosidad, solemnidad y riqueza material.

La naturaleza funciona de tal forma que todas las especies tenemos algo para comer pero a la nuestra se le ocurre agradecer.

Lo nuestro no es gratitud sino un intento de persuadir, coaccionar o sobornar a la naturaleza (o a Dios) para que nunca nos falte comida.

Originalmente estos regalos, pago o soborno eran hechos por los sacerdotes en los templos, pero luego el manejo de la riqueza también se profesionalizó para usos no religiosos.

Esta podría ser una explicación de por qué los bancos y los templos tienen arquitecturas similares y por qué se tuvo la costumbre de excluir a las mujeres tanto del sistema financiero como del religioso.

Las mujeres banqueras son pocas pero bancarias son muchas. En el ámbito paralelo (el religioso) no han conquistado tanto terreno.

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«Alabado sea Yo»

Desde que nací ando con la muerte en el bolsillo como si fuera una bomba de tiempo.

¿Qué hago escuchando las historias angustiadas de toda esta gente que si no me pagara la sacaría corriendo de mi consultorio por quejosa, aniñada e irresponsable?

Con los años he logrado que los pacientes me elijan por lo elevado de mis honorarios. Los colegas más jóvenes me preguntan cómo hago para cobrar lo que cobro y sabiamente hago algún gesto que los desconcierta.

He tratado de reproducirlo frente al espejo del baño pero sé que no me sale igual.

Debería ser más sincero: no es por el dinero exactamente que yo hago esto sino porque quiero saber cómo hacen los demás para pasearse por la vida con esta amenaza mortífera. Quiero saber cómo se mienten.

Tengo la ilusión de que algún paciente me dará sin querer la fórmula para no sufrir la amenaza de muerte.

El crecimiento de mi tarifa ha ido cambiando la clase de pacientes que atiendo.

Seguramente usted pensará que ahora atiendo a los más adinerados. ¡Error! Ahora atiendo a personas más pobres pero que se imaginan más culpables.

La suerte o no sé qué, ha instalado la creencia en que lograrán lavar su alma conmigo y eso se lo debo en parte a la religión.

Con los años he ido perdiendo dulzura, paciencia, humildad, tolerancia, diplomacia, piedad, delicadeza.

No solamente les cobro honorarios principescos sino que además aprendí a exigir el pago puntual. Perdí el pudor y ahora tomo el dinero entre mis manos, lo doblo cuidadosamente y lo pongo en mi otro bolsillo (donde no está la bomba).

Me temen y por eso son puntuales. Me confiesan cosas horrendas porque saben que seré cruel.

Cuando les doy el alta porque ya no tienen más llagas psíquicas para conocerse, me siguen llamando y dejan en la contestadora temblorosos saludos y hasta palabras de agradecimiento.

Sin querer he logrado parecerme a la imagen que ellos tienen de Dios: cruel, caprichoso, exigente, despiadado, terrible, injusto, intolerante, radical, extremista.

Si me lo hubiera propuesto, no lo habría logrado con tanto acierto.

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